A la mañana siguiente de una luna así yo me topé con dos rinos. La mayoría de los rinocerontes en la
reserva son magníficos. Siempre te dejan acercarte y, a menos que sea Stompie
que siempre te carga, no tienen ningún problema contigo. Una mañana no fue así.
Los rinos estaban intranquilos. Vocalizando constantemente. Si me acercaba se
volteaban y se iban. “Ah vaina” fue lo que pensé. Súbitamente uno de ellos se
volteó. Tenia una herida en la sien, por encima del ojo. Habían unas gotas de
sangre. Qué raro. Cuando lo vi, y por el comportamiento inusual de mis amigos,
pensé que a lo mejor eran dos machos teniendo una pelea. ¿Qué hay de raro en
eso?. El herido estaba muy nervioso y no dejaba que el otro se le acercara. “Bueh,
mejor dejémoslo así”.
Al llegar le comenté lo que había visto a nuestro ecologista. Él no le dio mucha importancia. Esa misma
tarde Tristan se los consiguió. La herida no era cualquier cosa ya. Mucha
sangre y una sustancia espesa salía de la herida. Las cosas no son tan simples.
Las alarmas sonaron. Esto huele a sicariato. En los días siguientes estuvo bajo
observación. Cualquier ranger que lo viera tendría que reportar su estado y
ubicación. Habían sólo suposiciones. Esperanzas que no fuera así.
Finalmente supimos la verdad:
alguien se metió en nuestra reserva e intentó asesinar a nuestro rinoceronte.
Por algún motivo que nadie conoce, él sobrevivió. Le curamos la herida y el
continua con su vida. Ya no sangra. Queda sólo una pequeña cicatriz que vive
para contarlo.
Semanas después volvía a ser
quien había sido: uno de mis rinocerontes preferidos. Un macho territorial, suficientemente
simpático como para dejar que un adolescente disfrutara de su compañía. La única
evidencia de su desaventura está ahí sólo para los que sabemos en donde ver.
Una cicatriz en la sien, un lado caído. A pesar de ello, el es nuestra
estrella. Uno de los pocos que el destino decidió que sobreviviría.
Cómo un héroe.