"To live is the rarest thing in the world. Most people exist, that is all." Oscar Wilde.
Siempre he sido una persona independiente.
No soy el ser más cariñoso del mundo y definitivamente tengo problemas para
poner en palabras mis sentimientos mejor guardados. Creo que ello (lo
independiente) se debe al hecho de haber tenido padres jóvenes, un poco
inconscientes y nada apachungones. En base a esta personalidad independiente he
desarrollado un cierto amor por el manejo (aparte el entrenamiento de vida de
viajes terrestres milenarios). Millones de veces, especialmente en mis momentos
más vulnerables, agarré mi carro y manejé sin rumbo por las calles de Caracas
con la música de mi ipod verde como mi única compañera. Sale más barato que ir
a un psiquiatra (además que no necesito una opinión profesional que me recalque
que tengo problemas).
Bajo este arreste domiciliario en el que
vivo, mi mamá – generosa como pocas- me alquiló un carro por 21 días. Recibí un
email filosófico que terminó con un tajante “y aquí está la reserva del carro,
ve a buscarlo y vete a manejar”. “Ma, gracias pero no lo quiero”. “No te di la
opción”. “Qué no lo quiero!”. “Perdí la plata entonces”. Cabeza dura siempre.
Ella no lo sabe, pero le cerré la conversación de bbm en su cara. Testaruda. Al
día siguiente fui a buscar mi carro. Se respira tecnología. 240Km/h y 6
velocidades. “Coño. NO corras” – dijo mi madre en tono arrepentido cuando le di la noticias. “Tuki mami”
Muajajaja. La verdad que después de que varios me advirtieran sobre la
velocidad, el acelerador de mi consciencia no quiso ir muy rápido por miedo al “típico”
que me iba a pasar (el auto condicionamiento supersticioso es una vaina). Fui
de vuelta a mi casa con un búho herido que recogí en el camino. Íbamos los dos
en perfecta sintonía escuchando música clásica y tarareando, pensando en lo buena que puede ser la vida.
Dos días después, en uno de esos días
malos, precedido por otros tantos peores, decidí hacer uso completo de mis
ruedas. Decidí ir a Nelspruit, a refugiarme en otro hogar y salir de aquí antes
de morir asfixiada. Acompañada fugazmente por una conversación de bbm con
alguien que me hace pensar que todavía queda gente interesante en Caracas,
manejando sincrónico por la izquierda y en la lluvia, disfruté al máximo mi
momento de soledad. Como dijo Celia, las penas se van cantando y 2 horas de
manejo se me hicieron deliciosas. Fui acompañada en el camino de todos mis
pensamientos, de mi música y por ese par de amigos que me imaginaba ahí
conmigo. No los invisibles, los de Caracas. Gustavo e Isa habrían sido ideales
para todas las reflexiones que salieron cuando veía las “locations” (palabra
que designa pueblos de habitantes negros). Ricky venía a mi cabeza cada vez que
metía 6ta. Sorelia y mi familia de Casanarito cada vez que pensaba en lo mucho
que me hace falta mi llano, con ese olor suyo tan particular que te llena los
pulmones de alegría. Mi tía y los Zulus cada vez que maldije a Chávez cuando
comparaba las vías africanas a las gringas. Pensé en tantas cosas no conexas que
por un momento me sentí el Ulysses de James Joyce y después me burlé sola de mí
misma por ser tan galla, Vane se habría reído mucho también.
Hubo sin embargo un cierto incidente en el
camino... Casi me arrestan por pasarme 2 señales de “Pare” mientras hablaba por
celular tratando de pedir direcciones. No es mi culpa, yo aprendí a no
respetarlas en Caracas, la ciudad del caos. Mamá, no te histerices cuando leas
esto, era mejor no contártelo en el momento, te quiero. El oficial me acusó de
“reckless driving”. En mi defensa creo que reckless es una palabra demasiado
grande para mi manejo, además que es mentira, no iba ni rápido porque andaba
pendiente de no pelarme el cruce a la derecha. Yo apliqué la de catira tonta y pude salir ilesa. Mamá ¿te dije que soy tu única hija y que tienes
que quererme siempre incondicionalmente? Está en tu contrato de madre.
Llegué a Nelspruit a las 730pm. Laura me
llamó pequeña amenaza y Jan me dijo que era una estúpida, yo sé que eran insultos de amor. De ahí fui a comer.
Comí sushi en un centro comercial. El sentimiento de tecnología y modernidad
que tuve fue casi patético, todo por pescado con arroz. ¡Civilización te
extraño! Me levanté a las 4am para
volver a mi centro. Una hora y media después, a pesar de los esfuerzos de la
niebla, estaba de vuelta en mi encierro pero con un sentimiento infantil de
victoria, de haberme podido escapar de aquí una noche y recordar lo que bien que
se siente estar solos y ser libres.